Luis Fernando Escalona


BLOG

Carta a Jorge Bretón

6 de mayo del 2019.

Querido amigo y colega:

Qué rápido han pasado estos años, quizá debimos volver a encontrarnos; pero traemos a cuestas tanta distancia y rutina, tantas obligaciones, demandas de tiempo y silencios, que a algunos de nosotros, los que nos estamos haciendo viejos, se nos pinta la barba de canas, con algunas nostalgias cargando en el pecho.

Querido Jorge, aún recuerdo cuando nos vimos en aquella vieja Plaza Satélite hace más de una década, tú tan noble y con esas ganas genuinas de publicar, ganas que algunos de nosotros hemos perdido por la peste que ronda a la inmortalidad de las letras, como si fuera esa pieza selecta que se encuentra debajo de la tierra, a la que hay que tallar con brocha para quitarle la negligencia de los imperios y la furia.

¿Cómo te pusiste en contacto conmigo, recuerdas? ¿Fue por un correo? ¿Habías encontrado la editorial o fue por algún amigo en común? No lo sé; ya no sé, querido Jorge. Pero sí te recuerdo ahí parado, en la antigua zona de comida, a la entrada. Tan largo y flaco, con tu semblante rebosado, y tu engargolado azul bajo el brazo: ahí estabas, Jorgito, con tus ganas genuinas de convertirte en escritor.

Leí tu libro Esbozo de un sopor. Me lo dejaste con la confianza de quien deja a un amigo los sueños y el desvelo. Me volví custodio de tu primer trabajo sin saber si alguien ya lo había leído. Nunca hice eso con nadie y no he vuelto a hacerlo. A veces llegan a consideración trabajos tan llenos de pleitos y personajes mal logrados, pero que ni siquiera son capaces de arrancarte una emoción y llevarte página a página por la historia. Pero algo había en tu libro, Jorge. ¿Qué era? ¿Qué fue lo que me hizo llegar hasta el final?

Podría decirte, Jorge, que fue gratitud. Quería regresar algo de lo que muchos ya me habían dado. No sé si lo logré. No importa; quería ayudarte; quería ser tu amigo y por eso abrí mis manos para cuidar de tu tesoro.

Recuerdo haberte preguntado si podía escribir algunas notas a los costados y me dijiste que sí. Y durante el proceso de lectura platicamos por aquellos medios cuando el mundo era libre de estas fauces llamadas “Redes sociales”. Y nos hicimos amigos, colegas. Y leíste a mis Viajeros en el umbral, la primera versión, la que hice en un libro artesanal, en el cual, aprendía apenas a hacer libros con mis manos, a coserlos, a darles su propia existencia. Así se nos fue yendo la vida, Jorge.

Reímos aquella tarde en la que compartimos café en la plaza, cuando nos volvimos a encontrar. Algo tenía la historia; algo por lo cual te dije que valía la pena que la trabajaras para publicarla. Que eras y que te convertirías en un gran escritor.

Y míranos hoy, Jorge, con la distancia a cuestas, que no pudimos volver a vernos, porque nuestros mundos nos demandaban atención. Pero ahí estábamos: colegas siempre; amigos todo el tiempo, aún en la distancia. Tan bellas tus notas sobre mis Viajeros…, Jorge, la primera y la segunda, las habías leído. Me habías honrado con aquello que todo escritor quiere: ser leído y comentado, y la gratitud nunca me cupo y por eso te volviste especial.

Nos volveremos a ver, fue una promesa. ¿O lo será aún, Jorge, hoy, pero al otro lado del sol? Allá tal vez sea el encuentro prometido. Y no pienso faltar a la cita, verás; pero ahora soy yo el que te pide que me esperes, hoy no puedo ir. Pero es que hoy… hoy, querido Jorge, me he enterado que has partido allá, a volar con el imperio de las nubes, a ser un viajero más allá del umbral de este mundo; un mundo que hoy se queda un poco más lúgubre y solitario. ¿De verdad te fuiste ya, Jorge? 29 años de edad, ¿y te has ido ya? ¿Tan pronto? ¡Ay, esa monstruosa enfermedad tan terrible que te ha arrancado de esta tierra! Te has ido ya a ese otro lugar, Jorge. ¡Carajo! El café se está enfriado, Jorgito; todavía se puede arreglar.

Y mira tú, hoy que eres tan eterno y tan joven; y nosotros acá, llenándonos de canas, de nostalgias, de lágrimas el alma, de un poco más de este abismo llamado dolor. Cuánta distancia, Jorgito. Cuánta ausencia.