Estimado amigo:
No quisiera interrumpirlo, pero el café se enfría.
Ha pasado ya no sé cuánto tiempo desde que nos venimos prometiendo esa taza caliente de charla, de libros y algunos quebrantos. Verá: no es que lo quiera presionar, pero escuché que le están saliendo algunas canas en los recuerdos. A mí, ha comenzado a dolerme una rodilla; me pasa cuando está frío el ambiente, nada grave. Pero nos estamos volviendo viejos y las cosas permanecen.
Yo entiendo las múltiples ocupaciones que le aquejan; si tampoco soy tan desalmado para no entender que tiene fantasmas sembrados, a los cuales hay que regar, a los que hay que cortarle una lágrima por aquí y otra por allá de vez en vez. Entiendo que quizá tenga un asunto que atender o que ir de una estación a otra le abrume, por tanta gente tan ocupada como nosotros. Lo entiendo.
No es que ande yo de haragán o contando hormigas en la acera. Claro, también sé que debe ocuparse del gimnasio y de su foto correspondiente “aquí con toda la actitud”. La espera de corazones y laiks requiere tiempo de siembra y de cosecha, por supuesto.
Pero verá: el tiempo está pasando encima de nosotros. He perdido ya a algunos buenos amigos; amigos con los que tenía la promesa de vernos para tomar un café y platicar sobre libros y quebrantos. Porque, ¿sabe?, hemos llegado al punto donde algunos ya no nos pueden acompañar; donde por decisión, accidente o enfermedad, cierran de pronto los ojos y se quedan como dormidos, mirando al otro lado de los párpados, ahí donde otro sol brilla para ellos nomás: ojos cerrados que son como fronteras, como muros que no podemos atravesar.
Seguimos leyendo otros autores y sin embargo no nos leemos a nosotros mismos. No intercambiamos puntos sobre su obra o la mía. Ni siquiera he podido darle mi última novela. Tan lo sé ocupado, mi amigo, que me resumo y me hago breve, pues ni siquiera espero que lea usted esta misiva. Bastaría quizá un mensaje por red social para decirle que el café se está enfriando, pero es que me gusta escribir alguna carta de vez en vez. Ya se lo decía a alguien en otra carta: soy anticuado y qué.
Su amigo que lo quiere.