Publicado en la revista virtual Making Of E-Zine, 2015.
La fantasía épica es un género poco explorado en nuestro país. Podría decirse que su origen se remonta al nacimiento mismo de la literatura, con el Poema de Gilgamesh, en Mesopotamia o La Iliada y La Odisea, en Grecia.
Para definir de qué se trata este género literario, tendríamos que desmoronar las palabras que lo nombran. Por una parte, la palabra fantasía, que proviene del análisis mismo del género; es decir, en su nombre refulgen los elementos que lo irán caracterizando conforme madure al paso de los siglos: hay presencia de batallas espectaculares, magia, hechiceros, creaturas fabulosas, mitologías y héroes que viven ciclos o aventuras, tal como lo propone Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras. Por otro lado, épica, que se refiere a la epopeya o a lo heroico; no se extrañe que este género sea nombrado también como fantasía de aventuras o fantasía heroica.
La aparición de la Edad Media, las historias sobre el Rey Arturo, el Grial y los Caballeros de la Mesa Redonda, así como las sagas propias de Noruega, Islandia o Suecia, serán un antecedente del género; pero no será sino hasta el siglo XX, cuando tome forma como tal. Libros como El señor de los anillos, El Silmarilion, Las crónicas de Narnia, La historia interminable, o Crónicas de la Dragonlance, lo consolidarán como un género literario con características bien definidas: seres mitológicos y fantásticos, magia, sociedades atrasadas, presencia de elementos medievales como armaduras, espadas, caballos, jinetes, magos, animales que hablan, aventuras, búsquedas, tesoros, etcétera.
Algo en la vida de los protagonistas cambia de repente; generalmente, algún acontecimiento trágico, quizá como inicio de algo que estaba predestinado a ser, como si él hubiese sido elegido por algo superior y tuviera que romper su cotidianeidad con algún suceso, por así llamarlo, aterrador para la vida emocional y común del personaje. Dicho suceso lo lleva a una serie de adversidades que debe superar y es cuando el elemento mágico aparece para ayudarlo, para guiarlo y hacerle despertar una fuerza oculta que vive en su interior y, con la cual, logrará trascender las dificultades del camino, vencerá a la maldad y tendrá la recompensa, cualquiera que ésta sea, que la aventura le guarda al final del conflicto.
Pero la literatura evoluciona. Y la forma de hacerlo es rompiendo estereotipos. La mujer va tomando una posición protagonista en la obra, a veces, más importante que la del héroe varón; asimismo, el malo deja de ser malo malo y el bueno, bueno bueno; es decir: los villanos tendrán conflictos y emociones que podrán situarlo en la orilla de la compasión. Los buenos podrían sentir odio, repulsión, deseos de venganza: luchar en el lado del Bien sin estar del todo de acuerdo con el Bien.
Los géneros literarios comienzan a mezclarse con mayor desfachatez, al grado de que, a veces, es difícil encasillar una obra dentro de un género nada más. De pronto encontraremos historias que tienen algo de fantasía y de ciencia ficción, como, me atrevo a decir, La torre oscura, de Stephen King; o incluso, aunque es una historia escrita para cine, Star Wars con la presencia de la ciencia ficción en naves, bases interestelares y batallas bélicas con rayos láser, y, sino una presencia de magos y magia, sí algo energético; algo más grande que no se ve pero se siente: la Fuerza.
Los gatos guerreros, de Erin Hunter, por ejemplo, es una saga que personifica a unos gatos, divididos en clanes que viven dentro de un bosque, donde están en guerra constante entre sí. Tienen a su Clan Estelar, conformado por los gatos caídos en batalla y que brillan, noche a noche, en forma de estrellas, recuperando así, la hermosa presencia de la mitología. Además, los conflictos que presentan son de esencia humana: aman, odian, sienten envidia, miedo, soledad, llorar, sufren… sensaciones por las que es fácil identificarse con ellos.
Según Teresa Colomer, “la fantasía está en auge y es cada vez más demandada, especialmente entre los jóvenes”. Ahí tenemos las ventas de Juego de tronos, Luces del norte, Harry Potter o Los jardines de la luna, por nombrar algunas.
El mercado editorial ofrece una gran cantidad de sagas. Recordemos que, originalmente, las sagas, creadas en Islandia, Noruega y los países del norte de Europa, eran narraciones que se contaban de voz en voz. En la actualidad, se le conoce como sagas a las series literarias que abarcan tres, cuatro, seis o hasta siete partes o libros. En ellas, hay un argumento central, un hilo conductor que nos irá llevando a seguir a los personajes y resolver con ellos las encrucijadas del camino, ya sea que se resuelvan en cada libro o queden pendientes para los libros siguientes. Son características en las historias de fantasía épica y también en otros géneros de la literatura: ahí están las novelas de distopía que plantean sociedad para nada deseables, como Maze Runner o Los juegos del hambre, subgénero que tuvo su origen en historias como Un mundo feliz, 1984 o Fahrenheit 451.
La gente lee fantasía épica; la consume. ¿Por qué, entonces, no es un género tan explorado en México? La respuesta, aventurada quizá, nos la pueda sugerir la Historia.
Los países creadores de las narraciones que se han mencionado son naciones que se han caracterizado por su personalidad bélica. Ahí están las historias del imperio griego, del británico, de los vikingos, de los germanos, de los celtas, de los caballeros medievales, etcétera, y hasta de Estados Unidos, el cual, es un caso curioso, porque indagan en la fantasía épica a través de un ejercicio profundo de la imaginación, no de un antecedente histórico o de leyendas pasadas (recordemos que Estados Unidos es un país hecho de inmigrantes). En general, son naciones donde sus creencias se acoplaron a sus cambios históricos; aunque sus habitantes hubiesen sido convertidos por la religión dominante, las raíces de sus ancestros paganos están presentes, formando una sola línea de tiempo: hay antes y un después que son parte de una totalidad en movimiento, es decir, que sigue cambiando.
En México, la situación es distinta. Aquí, arrojaron por la fuerza a los dioses antiguos y se impuso un control en los pueblos a través de las armas y la religión. La necesidad de plantarnos en la realidad nos aleja de ese otro mundo donde los dioses, alguna vez, habitaron y formaron parte de nuestros orígenes.
México ha tenido sus guerras, por supuesto. Pero la fantasía o la mitología de nuestros ancestros parecieran haber sido arrebatada por la necesidad de fincar una realidad, de buscar una identidad en el mundo tangible y que, hasta el día de hoy, no hemos encontrado.
Se escribe la novela de la Revolución, de los abusos y represión del poder, del narcotráfico. Se indaga en el realismo mágico, en el cuento y la minificción, y en un intento de poesía que, hoy, no propone ni le da vida a los objetos. Pero cómo escribir fantasía épica cuando no hemos ganado la guerra ni hemos encontrado nuestra identidad; cuando nuestros héroes de leyendas no pelearon contra dragones ni creaturas fabulosas, sino contra imperios reales que quisieron apoderarse de nuestra tierra.
Alberto Chimal asegura que hay mucha gente que escribe fantasía épica en México, pero casi toda lo hace lejos de las grandes editoriales y de los titulares de los diarios. Yo preguntaría: ¿por qué? Si la gente la consume, ¿por qué las editoriales en México no le apuestan a los creadores mexicanos? ¿Será que las editoriales dudan del talento mexicano para llevar este género a los lectores? ¿O siguen imperando las mafias literarias que premian al hermano de mi amigo, aunque tenga un rábano por talento? Preguntas en las que debemos profundizar para romper estructuras y ahondar más en la creación de este género para deleite de los lectores; y, por qué no, del deleite mismo de los escritores que gustan por cultivar este género.
Una excepción, continúa Chimal, fue Andrea Chapela, quien dio mucho de qué hablar con una novela titulada La heredera y que forma parte de una tetralogía. Yo sumaría a Verónica Murguía, quien en 2013 ganó el Premio Gran Angular por su novela Loba y que, a mi parecer, rescata los elementos originales de la fantasía épica, como la magia; las batallas; la presencia de seres fantásticos como Tengri, el dragón, o el unicornio; además, valiente como ella es en su literatura, Verónica rompe esquemas y pone todo el peso de la trama en Soledad, la protagonista. No hay héroe: hay heroína.
Somos una gran nación que ha sido tocada por las garras de la tragedia y que camina un sendero de incertidumbre donde quizá, lo que haga falta, sea el elemento mágico que nos dé la fuerza para concluir el camino del héroe y salir victorioso de nuestra propia odisea.